NOTAS SOBRE UN
PROCESO CREATIVO (3): DE LA VIDA A LA FICCIÓN
Como
ya he expuesto, cuando escribo soy más intuitivo que racional, improviso más que
planifico. Voy trazando los personajes según se me revelan. "A ver qué me
cuentan", pienso a menudo cuando me enfrento a la página en blanco.
Pero ahora quiero hablar del proceso
creativo de “Desde el cuarto de Amadora”
desde una perspectiva que a primera vista contradice lo dicho. Atentos a esta
confidencia: algunos rasgos de varios protagonistas de la novela los he tomado de
individuos de carne y hueso. Y lo mismo ha ocurrido con ciertos hechos. La
realidad me inspira, pero para (re) inventarla. Hago mías las palabras de
Vargas Llosa:
“Para
casi todos los escritores, la memoria es el punto de partida de la fantasía, el
trampolín que dispara la imaginación en su vuelo impredecible hacia la
ficción”.
De “La
realidad de las mentiras”
Oí contar a un tío mío que, mucho tiempo
atrás, un pariente gravemente enfermo entretenía la espera de la muerte
cantando “Amapola (1). También supe que,
cuando niño, él y sus hermanos motejaban al maestro del pueblo con el impagable
apodo de Tequeteque Menudita Pisaflores. Y que había conocido a un loro
malhablado, y a un mendigo perturbado que no apartaba los ojos de periódicos
que limosneaba. El nombre de una costurera que iba de casa en casa zurciendo
rotos me encantó: Amadora, se llamaba. Todo eso está en “Desde el cuarto de Amadora”, aunque no como fue.
“¡Vaya lo que ha dado de sí aquella muyerina!”, se sorprendía mi madre,
según leía capítulos. Se refería a la
modista, a la que sin duda, debió en sus infancia más de un remiendo. Sin embargo,
no es ella, sino el personaje que me inspiró, quien aparece en la novela. Desde
el primer momento dejó de ser la Amadora verdadera para dar paso a una ficción.
Y algo similar ocurriría con otros que tuvieron, asimismo, un referente real. O
con anécdotas que ocurrieron, pero que
se desarrollan de una manera que las distorsiona hasta volverlas
irreconocibles, porque, en efecto, ya poseen, al terminar de escribirlas,
diferente entidad.
Sucesos de escaso recorrido se agrandan y originan una línea argumental compleja. Una acción tira de otra,
se entretejen tramas que van surgiendo. Y un rasgo es sólo el punto de partida
sobre el que se forja un personaje, el yo literario de un alter ego que acaso tuvo un punto de
verdad. Más características que ya no fueron suyas se le sumarán, porque un
personaje no es únicamente él, lo modelan el entorno, los conflictos, los demás
con quienes interactúa. Y cuando menos se le espera, sale al encuentro, además,
un nuevo protagonista, y la relación con sus inopinados compañeros de reparto
todo lo altera. Unos y otros van conformándose al tiempo que se inventa la
realidad que habitan y que, además, ellos construirán con sus
actuaciones.
Hubo que dejar que fluyeran, sin
manipulaciones, no eran muñecos, marionetas cuyos hilos manejaba. Así, hasta
que me encontré, finalmente, con lo que buscaba: “Desde el cuarto de Amadora”
(2): no una crónica, sino una novela.
(1) Célebre
melodía de José María Lacalle, con letra de Luis Roldán.
(2) Podéis adquirirla en Amazon.