NOTAS SOBRE UN PROCESO CREATIVO (2)
Seguro
que hay escritores que cuando inician la redacción de una novela ya la tienen
prácticamente terminada. Quiero decir que antes de ponerse a ello han ido
componiendo un esquema que sólo han de rellenar o completar. Al ponerse delante
del ordenador, lo saben ya todo, aunque puedan incorporar algo que incluso dé
lugar a un nuevo pasaje. Yo no soy de ésos, y lo prueba cómo hice “Desde el cuarto de Amadora” (1).
No elaboré un plano que me condujera, tras
una serie de pasos muy perfilados, a un desenlace, ni siquiera construí un
esqueleto al que, después, me dedicase a dotar de encarnadura. Al principio,
situado delante del teclado y con la página en blanco, únicamente disponía de
anécdotas, peculiares, pero muy sucintas; el recuerdo de alguna persona que me
inspiraba, pero a la que aún no había convertido en personaje, el propósito, en
fin, de retratar una época ya ida. Muy escasos mimbres para tejer un cesto con
la envergadura de una novela.
Y es que el argumento, los argumentos que
conforman la obra, fueron surgiendo según tecleaba, sin que siguiera un plan
establecido de antemano, sin que supiese adónde me conducirían, o si, ay, me
llevarían a alguna parte. Como cuando, todavía adolescente, empecé a escribir
un relato policíaco y, a medida que avanzaba la trama, me entraba ansiedad:
quería llegar al desenlace por averiguar quién era el asesino. También ahora,
al principio yo lo desconocía casi todo e iba creando sobre la marcha. Hasta en
el número de páginas se nota esa ausencia de previsión. Me había planteado que
tal vez alcanzaría las 100, luego el doble, más tarde ya las que salieran. Y
fueron 434. A nadie sorprenderá que advierta que me gusta recrearme en el
camino, que, encima, conoce insospechadas bifurcaciones que recorrer…
(1) A la venta en Amazon.